Cosas que me digo para darme ánimo
He aquí una anécdota de un escritor francés al que aprecio, Charlie Bregman, y que me hace sentir menos mal por autoproclamarme “Escritora”:
Cuando acababa de auto-publicar su primera novela, "Vivement l’amour", Charlie se presentó en una librería dispuesto a pedirle al librero que incluyese su novela en el catálogo de su establecimiento. Sin tener ni idea de cómo hacerlo, el escritor novel preguntó tímidamente al comerciante si su librería proponía libros auto-editados. El librero le miró como lo habría hecho el propietario de un restaurante cinco tenedores al que le hubiesen preguntado si el Big Mac formaba parte de su carta, antes de contestar:
—No, esto es una librería seria, y nosotros no vendemos tales obras.
Charlie no se atrevió a replicar, pero si lo hubiese hecho, le habría dicho a aquel librero que, además de muchos prejuicios, tenía poca idea de lo que estaba diciendo ya que las estanterías de su tienda rebosaban de ejemplos de la auto-publicación: autores clásicos como Marcel Proust y René Char, o fenómenos comerciales actuales como las novelas “50 sombras de Grey” de E.L. James o “La gente feliz lee y toma café” de Agnès Martin-Lugand, ambas auto-publicadas antes de ser descubiertas por los editores.